Los secretos son historias que uno guarda. Eso pensé cuando leí el anuncio en el periódico: un grupo artistas invitaba a la gente a que les mandara un secreto escrito en una postal. Nunca decían en qué consistía su proyecto, ni para qué iban a usarlo, pero lo cierto es que resulta muy difícil comprimir todo lo que un secreto representa en tan pocas palabras. La mayoría eran más que triviales:"Usé los aritos de oro de mi madre y los rompí. Siempre pensó que fue la empleada" ; "A los doce años, enchastre de tinta el cuaderno Rivadavia de mi compañera de banco. La detestaba por sacar siempre buenas notas" ; "Le dije a Martín que mi amiga gustaba de él sólo para ver cómo le cortaba la cara". Algunos eran muy sinceros, de esos que revelan parte de nuestras propias maldades cotidianas. "El lucha desesperadamente por realizar sus sueños a su manera, yo deseo que falle para que se cumplan a la mía". Otros oscilaban entre la ternura y la oscuridad de nuestros impulsos más profundos: "Tenía 12 años cuando mi padre murió. Como no me salían las lágrimas, me rocié los ojos con su loción de afeitar",
Enseguida me puse a buscar en mi galería de secretos y no pude evitar regresar a la infancia: copié la firma de mi papá en el boletín porque la maestra me había puesto malas notas; le saque la goma del pintalabios sabor a frutilla a Valeria y descaradamente la usé al día siguiente frente a sus narices; en plena crisis adolescente cuando rezaba por las noches, además de pedirle a Dios por mi familia, por los pobres del mundo, y por las monjitas del colegio, le pedian que no me crecieran las tetas, oración que nunca le confesé a nadie. Ahora, esos secretos no parecen haber sido tan terribles: la firma de mi viejo no resultó tan facil de calcar como la de Sna Martín en la clase especial de sociales, Valeria no creyó que mi mamá me hubiera comprado una goma igual así que tuve que devolvérsela. Lo de las tetas terminó mal (como era de esperarse)porque me crecieron, después se achicaron. Lo cierto es que aprendí a convivir con ellos y esos temores silenciosos sólo me quedaron como resabio de lo muy idiota que puede resulatr después de haberlo tenido oculto durante mucho tiempo.
No menos oscuros son los secretos de familia. Las nuevas generaciones siempre descubren que hay cosas de las que no se habla, misterios que "se saben pero no se dicen". Yo me acuerdo de la tía Elsa, de su tabaquera de perlitas rosadas y de su voz gruesa como la de Laureen Bacall. Para mí, era la persona más moderna de la familia porque fumaba, porque discutía con todos los hombres y porque en las fotos de jóven había empezado a teñirse de rubia platinada y pintarse como las actrices del cine. Supongo que para destruir tan intensa admiración, mi abuela se encargó de revelar los pecados de la tía, que le había metido los cuernos al pobre Ramón y por eso Martita no se parecía en nada al papá.
Lo más curioso fue cuando empecé a preguntarle a los amigos. Casi todos se quedaban callados o buscaban alguna situación embarazosa que hubieran ocultado por verguenza o mezquinidad. Ahí emergieron del inconsciente los secrétos más exóticos y así fué como me enteré de cómo Gaby perdió la virginidad en una playa del Caribe, de los despertares sexuales de Santiago en el Planetario de Palermo y de las intrincadas maniobras de Ana para engañar a sus amantes, secretos que no cuento porque son fáciles de imaginar.
Sin embargo, dejando de lado el círculo de las personas conocidas, la lista de rubros puede ser infinita. Están los secretos de Estado que generalmente esconden algún chanchullo moral que se resolverá cuando se acabe el mundo; los secretos profesionales, una especie de garantía religiosa que pretende respetar la privacidad de los ingenuos (yo siempre tiendo a desconfiar de psicólogos, abogados y curas); los secretos de sumario que equivalen a decir "hasta acá llegamos con las quejas" y, por supuesto, el secreto a voces que es el más venerado por las viejas de la peluquería y los programas de chismes de la televisión.
Entre los secretos históricos, mi preferido es el de los faraónes que, dicen, escribieron en las pirámides la clave para desprender el alma del cuerpo. También me divierten los secretos del cine, aunque Hollywood los vuelve demasiado escandalosos, con esa manía de superproducción espectacular. Desde la orgías clandestinas de los años 20 hasta los miles de amantes de Marilyn o las dudosas incursiones homosexuales de Gary Grant, el mundo de las estrellas parece haberse desarrollado como en un universo paralelo lleno de infiidelidades y traiciones, muchas veces inventadas para reverenciar el culto al secreto.
En la antiguedad, los secretos eran parte de algún talento oculto y se trataba de una enseñanza que se trasmitía a sólo algunos iniciados. Pero esa parte de la magia se perdió, un poco por la curiosidad de Pandora...
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